La zona rural de varios municipios en la zona paracentral, oriental y occidental de El Salvador se unen por la tradición de contar con las moliendas, donde el olor que emana es suficiente para que el visitante se acerque a disfrutar de esta dulce tradición.
Guadalupe Ramírez La Palabra Universitaria
El ir y venir del trapiche halado por una yunta de bueyes y el intenso trabajo de varios hombres bajo el sol es el común denominador en muchos cantones aledaños a los ingenios azucareros que, en la actualidad, forman junto con ellos, grandes zonas industriales y comerciales en municipios como Izalco, en Sonsonate; Apopa, Aguilares y el Paisnal, al norte de San Salvador y en San Vicente, La Paz y San Miguel.
Al recorrer estas zonas, el visitante es testigo de primera mano del verdadero espíritu de trabajo, tenacidad, emprendedurismo y proyección de crecimiento económico y familiar que muchos salvadoreños guardan bajo el trabajo artesanal de la producción de derivados de la caña de azúcar.
Considerando que El Salvador es un país rico en tradiciones y costumbres culturales, una de ellas muy arraigada, es el trabajo de la molienda. Esta actividad continúa siendo parte importante del sostén económico de muchas familias que habitan en las zonas rurales aledañas a las grandes industrias azucareras.
Vicente Valencia y familia es el propietario de la molienda Ánimas, ubicada en el cantón San Juan Nahuistepeque, de San Pedro Nonualco, en el central departamento de La Paz. Según explica el emprendedor, su negocio surgió como una tarea familiar y desde hace más de cinco años realizan la labor que consiste en extraer el jugo de la caña que sirve como insumo para la cocina salvadoreña, además de obtener diversos derivados que son muy disfrutados por turistas nacionales y extranjeros.
El proceso se empieza a desarrollar días antes con la corta de la caña y, el propio procedimiento inicia muy temprano con el tradicional trapiche, extrayendo el jugo que servirá como insumo para su cocción y, al final de este, obtener diversos derivados que nacionales y extranjeros disfrutan.
Vicente Valencia explica que el proceso para ver el producto final puede tardar un tiempo aproximado de cinco a seis horas, en el cual el jugo de caña logra su cocimiento y se convierte en miel, pero pasa por diferentes puntos formando diferente tipos de jarabe. “Es decir que entre ellas se puede encontrar la miel de mesa o miel de azúcar, miel de dedo, miel de batido y la miel de panela que luego se forma en el tan sabroso dulce de atado”, explicó al artesano de la molienda.
La jornada continua. Dijo que después de cinco a seis horas la miel pasa a ser batida, proceso que busca una consistencia para ser vaciada a los moldes que le darán forma al atado, que durante quince minutos logrará su punto final en formación y estará listo para su venta.
Valencia describe que el trabajo es arduo para los trabajadores de esta molienda, quienes desde muy temprano junto a don Vicente y su hijo Jaime realizan los procedimientos que llevan a disfrutar a los que visitan su molienda.
El propietario dice que sus muestras de laboriosidad los ha llevado a participar en exposiciones, como las realizadas por el Ministerio de Agricultura en distintas ferias de artesanos y emprendedores.
