La crisis del “yo no fui”: la falacia del adulto maduro

Tracy Herrera
Estudiante de psicología

 

Todas las teorías psicológicas concuerdan en que la transición niña-adulto suele ser desestabilizadora para el Yo. El paso entre la persona dependiente y la persona autónoma es difícil y no está exento de contradicciones y retrocesos.

Resulta paradójico observar que en el ambiente que nos rodea existen algunos individuos que, pese a su mayoría de edad, todavía no pueden afrontar el reto de ser adultos, a saber, a ser una persona responsable con sus actos, autónoma en sentido material y emocional y coherente con su mundo interno y externo.

En este artículo no vamos a tocar el tema de la definición anterior en cuanto a autonomía en sentido material y emocional y coherente con su mundo interno y externo. Vamos a tocar el tema de ser responsable con sus actos, agregándole el responsable con las consecuencias de sus actos.

 

¿Hasta dónde llega la responsabilidad personal?

Según el diccionario de la Real Academia Española (RAE) en su cuarta edición, la responsabilidad es: capacidad existente en todo sujeto activo de derecho para reconocer y aceptar las consecuencias de un hecho realizado libremente.

Si tomamos en cuenta esta definición y hacemos una observación sencilla de los sucesos y las personas a nuestro alrededor, encontraremos que muy pocas personas se adhieren a este tipo de comportamiento.

Por ejemplo en las noticias vemos todos los días como delincuentes se declaran fácilmente inocentes, incluso cuando tienen todas las pruebas de que son culpables. Así mismo, en el ámbito escolar es muy fácil escuchar cuando un estudiante ha aplazado una materia, suele echarle la culpa al profesor.

“El profesor tiene algo contra mí”, expresan, en lugar de tomar la responsabilidad de que quizá fue él quien no se esforzó en las materias. Así podríamos continuar con ejemplos en donde las personas suelen desligarse la responsabilidad de sus vidas en otras personas.

Ahora bien, contestando la pregunta de ¿hasta dónde llega la responsabilidad personal?, podríamos ilustrarlo con un ejemplo: supongamos que en el salón de clases yo como profesora tengo la responsabilidad de impartir la clase, apoyar a los estudiantes, calificar a tiempo, entre otras, esas son mis funciones. En este caso, las funciones del estudiante serían estudiar lo aprendido, buscar más información, preguntar a la profesora si no entiende y otras más. Hasta aquí es una responsabilidad compartida.

Supongamos que la profesora cumple con todo lo descrito y el estudiante aplaza la materia porque no cumple la parte que le corresponde del proceso de aprendizaje (a saber, estudiar, buscar información, preguntar, etc.), entonces, el resultado de que el estudiante aplazará la materia es solo de él mismo, ya que, según el ejemplo dado, la profesora cumplió con su parte de la responsabilidad.

 

Inmadurez emocional

Como estudiosa del comportamiento humano y de las causas que lo originan, la hipótesis que se maneja para explicar esta contradicción es que, en sentido fisiológico, estas personas han alcanzado la madurez, pero en sentido psicológico y emocional se han quedado estancados en el cálido mundo de “poder echarle la culpa al otro”.

Ciertamente, este comportamiento les libra de tener que soportar las consecuencias de sus actos y nos permite siempre presentar una imagen de indefensión hacia los demás, teniendo como ganancia secundaria la atención y comprensión de terceros.

La observación es sin lugar a dudas la base de la ciencia de la psicología y si ustedes, lectores, están interesados en saber si la persona a la par suya es madura o no emocionalmente, puede poner atención a ese pequeño detalle: en una situación, ¿es capaz de aceptar su responsabilidad en el hecho y sus consecuencias o suele excusarse como víctima, echándole la culpa a otras personas?

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